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Sobre la cultura del café en México

Hoy en día se habla sobre que en nuestro país existe una escasa cultura del café. ¿Será esto verdad? Es probable. No obstante, antes de afirmar o refutar lo anterior, no cabe duda de que es totalmente pertinente establecer primero, quién postula dicha problemática y para qué o con qué fin. ¿Quién está realmente preocupado por dicha cultura cafetera; el productor, el cafetero, los consumidores o los propietarios de las cafeterías?

El consumo del café se ha ido incrementado en nuestro país en los últimos años. Algunas opiniones vertidas en la red, afirman que, a pesar de este incremento en el consumo del café la cultura en torno a esta bebida es escasa. Es importante no perder de vista, que desde que llegó el café a México en el siglo XVIII, la siembra y cosecha de su grano ha sido ampliamente extendida y acogida por la población indígena en el sur de la república mexicana. De hecho, la producción del café ha sido uno de las principales actividades económicas en el seno de 27 comunidades indígenas en nuestro país. Entre ellas, por ejemplo, comunidades triquis, mazatecas, tepehuas mixtecas, nahuas, otomíes, tzotziles, popolucas, totonacas, etc. sólo por mencionar algunas. Es evidente que estas comunidades poseen su propio código cultural en torno al café. Casi toda actividad económica genera en torno a sí misma un código cultural. No está de más decir que el boom del café orgánico se debe principalmente a estos códigos culturales y que ha beneficiado en particular a estos productores, ya que su manera de siembra sin químicos y su cosecha tradicional, ha conseguido producir un café de alta calidad que es muy demandado en Europa y que además es barato.

Esta cultura indígena que se ha desarrollado en torno a la producción del café, que sin duda es una de las más éticas, contrasta totalmente con las prácticas productivas de las empresas transnacionales que producen un café de baja calidad a alto costo, y que además ha distorsionado los más elemental del café: su sabor. Es muy común escuchar, principalmente entre los productores cafeteros, que el sabor del café nos es amargo y quemado como lo venden en los supermercados, o como lo vende tan adornadamente la sirena verde, que, como todas las sirenas, te cautiva con su hermoso canto para atraerte hasta su trampa y devorarte. Hay quienes afirman que existe toda una gama de sabor por descubrirse en el auténtico café.

Lo que nos lleva ineluctablemente a hablar de la oleada hípster. Es muy evidente que lo hípster y el café están estrechamente vinculados en el siglo XXI. Casi todas las cafeterías fueron absorbidas por el mundo hípster. Estos especímenes sociales tomaron como bandera el verdadero sabor del café contra el sabor que ofrece la producción industrial. Pero tal vez es mejor ir definiendo algunos conceptos, de manera que, podamos establecer ciertos criterios para continuar con nuestra lectura. En primera ¿Qué es un hípster? Esencialmente son pequeños-burgueses, es decir, clase media y “media-alta,” que tiene su “propia cultura.” Cultura que busca alejarse de la cultura de masas (Lo mainstream), para ser lo más original y auténtica posible; aunque contradictoriamente todos usen los mismos lentes de pasta, los mismos cortes de cabello, los mismos sombreros, las mismas barbas, la misma ropa, y tengan el mismo gusto por lo vintage.

Pero, ¿Qué es lo vintage? Se trata de una estética que busca retomar los objetos y los modos de los periodos modernos pasados parar incorporarlos a la actualidad. Lo vintage es un eje central en lo hípster. En este punto podemos empezar a hablar de la cultura posmoderna que caracteriza a los hispters, es decir, lo vintage es una manifestación cultural de la falta de fe en el progreso que prometía la modernidad. Ahora bien, y todo esto que tiene que ver con el café. ¡Oh mis estimados drooguitos! ¡Todo! Tiene todo que ver. Fueron los hípsters los que introdujeron los métodos que hoy en día se vuelven tendencia y que están muy en boga en las cafeterías. Algunos de ellos, como la prensa francesa, son un claro ejemplo de la estética vintage. La prensa francesa, como nos da pistas su nombre, fue inventada en Francia. No obstante, sería un italiano, Attilio Calimani, quien patentara el objeto en 1929. Así pues, tenemos un objeto vintage con el cual actualmente hacemos café.

Reflexionemos un poco. Un hispter busca alejarse de la cultura de masas, por lo tanto, en la cultura del café la lógica sería la siguiente: Todo el mundo toma café de supermercado, yo, un hípster de cepa pura y con poder adquisitivo, conseguiré una cafetera de los años 20’s para prepararme un café. ¡Bingo! Me he dado cuenta de que el sabor del café es distinto al del supermercado. Ahora pondré mi cafetería y venderé esta bebida tan cara como me sea posible. Se debe tratar de un artículo de lujo, puesto que estoy haciendo café con un objeto de los años 20’s, eso deber ser cool ¿No? Y costoso ¿No? Realizaré además un trato “face to face” con los productores cafeteros, les compraré barato su café, realizaré mis bebidas con él y las venderé al consumidor al precio que yo disponga. Es un trato justo ¿No es así?

Finalmente, la impresión que se tiene, si los consumidores nos volvemos pensadores críticos, es que actualmente los propietarios de las cafeterías (hípsters) son una clase de intermediarios deshonestos. Venden un producto competitivo por su buena calidad y bajo costo, a precios exorbitados para satisfacer una pose intelectualoide y pseudocultural, y por supuesto, para su beneficio propio. No perdamos de vista que siguen siendo pequeño-burgueses. Algunos dirán, sobre todo los diseñadores, que lo que se vende en realidad en un café de 50 pesos o más, es el diseño de las cafeterías, porque éstas generan una experiencia en el consumidor. Pero el café no puede ser de ninguna manera un producto de lujo en una región en la cual se produce exitosamente, como lo es en nuestro país, sabiendo además que nuestro café es un producto de gran calidad y uno de los más accesibles económicamente a nivel mundial. Sin lugar a dudas, hay una deshonestidad en la cultura del café hispter, una falta de identidad agobiante producto de la ideología posmoderna que permea a dicha cultura.

La falta de cultura en torno al café es una falacia. Existe una cultura propia en torno a este producto desde el siglo XVIII, que está bien documentada y que ha hecho sus aportaciones al mundo del café desde hace tiempo. Por ejemplo, el café de olla, es una receta típica mexicana que ha contribuido con un gran sabor. Una receta muy propia y con una gran carga identitaria. Café, agua, canela y piloncillo; delicioso. Imagínense a rebeldes revolucionarios de principios del siglo XX, en una noche fría de guardia, bebiendo su café de olla. Por supuesto que existe una cultura y una identidad cafetera propia desde hace mucho tiempo en México. Esa idea de que la gente no tiene una cultura cafetera pretende adscribir a personas con su propia identidad culinaria tradicional, a dinámicas de una pseudocultura que pretende crecer y desarrollarse para consolidar un mercado.

La pasión nos lleva a disfrutar cabalmente, en plenitud, íntegramente de nuestras sensaciones que nos produce un tema, en este caso beber o hacer café. La pasión te lleva a disfrutar hasta los detalles más simples de tu actividad, y es ahí donde podemos encontrar la certeza y genuinamente lo que alimenta nuestra pasión. Mientras más adornado, mientras más extravagante se quiera hacer pasar alguna pasión, más falsa es ésta. Disfrutar el sabor del café, es la auténtica pasión de cualquier cafetero. No hay más grato en esta vida, que disfrutar de un café natural en buena compañía. Así pues, denle un gran sorbo a su café y disfruten de su sabor. Esa es la pasión por el café.