El Imperio de las Sirenas Verdes
Hay algo así como una llamarada de fuego que tuesta un grano del cafeto. También hay algo así como una sirena verde que se desplaza en las aguas buscando donde seguir proliferando junto con sus otras hermanas. Han llegado a varias costas, y aunque lo crean o no, se han instalado en varios lugares de la tierra. Tú puedes llegar a cualquiera de sus templos, y podrás ver claramente su tétrica insignia: una sirena coronada, mirándonos de frente con una ladina sonrisa, sujetando ambos extremos de su cola sobre un campo verde. También podrás leer su grito de guerra: estrellas y dólares.
Las sirenas son míticas criaturas. Cantaban dulcemente para atraer a los navegantes de los mares. Éstos, embelesados por tan dulces notas, creían que encontrarían a hermosas mancebas, así que, tomaban rumbo hacía el lugar donde se escuchaba tan hermosa música. Cuando los marinos llegaban al lugar, los esperaba una horrible masacre. Las sirenas devoraban a todos los tripulantes de la nave. Así se comportaban las sirenas, así se alimentaban, así crecían; y así lo siguen haciendo hasta el día hoy. Adornan sus templos para que los incautos vayan a ser consumidos por una maquinaria cruel y falsa. Un lugar donde te engañan para que consumas los productos de un imperio de sirenas malévolas, que lo único que quieren, es seguir alimentándose de los remeros de las naves.
Pero podríamos pensar, ¿acaso no los marineros eran también algo estúpidos? Claro, porque acudían por voluntad propia a su fatídica muerte. Las historias que se narraban sobre aquellas bestias marinas, trataban de alertar a todos los navegantes de no ir en la dirección donde ellas cantaban. Tal vez podríamos definirlos como estúpidos, pero yo diría que, más bien, eran cínicos. Hay algo así como una ideología cínica, esto significa que a pesar de saber lo que implican nuestros actos y entendamos las consecuencias de ellos, aun así, decidimos realizarlos. Exactamente como los navegantes de las antiguas aguas griegas, que habían escuchado las historias de lo peligrosas que eran las sirenas que proferían esos cantos, pero aun así, con todo, hechizados por ellas, dirigían sus naves hasta donde éstas se encontraban.
Habrá, tal vez, algunos lectores que piensen que lo anterior no tiene sentido, pero lo tiene, créanme que lo tiene. Tomen en consideración lo siguiente: vamos a un establecimiento de las sirenas y compramos un café a una corporación, la cual tiene por nombre algo así como estrella-dólares (Starbucks), que es casi como una declaración de sus principios. Es más que evidente que a esa empresa lo único que le interesa es generar ganancias, implique lo que implique; lo lleva en su nombre, en su estampa, en su efigie. Nos detenemos ante el mostrador y vemos todas y cada una de esas bebidas con precios exagerados, a pesar de que somos uno de los principales países productores de café, y después de una pequeña consulta a nuestro palurdo deseo, pedimos un café de baja calidad que podría salir a más de la mitad de precio en otro lugar. Nos entregan nuestro café en un vaso desechable que terminará en el océano, perjudicando a otro de los tantos habitantes marinos con los cuales compartimos el planeta, o a las afueras de un ecosistema que producirá la contaminación que lleva a las especies a la extinción. Pero, además, no hay que olvidar que ese vaso se tuvo que producir en algún punto de la existencia, explotando los recursos naturales que cada vez más, escasean en este planeta.
Así pues, compramos una mala bebida, para producir más basura y explotar irracionalmente más recursos, hasta que eventualmente haya un gravísimo problema ambiental que termina volviéndose en una dificultad más para la vida en este planeta. Y todo, para hacer más rica a una corporación que explota a sus propios empleados y a los productores cafeteros. Sabemos que esta manera de producir mercancías y explotar los recursos está afectando a nuestro único hábitat en el universo, pero aun así, lo hacemos. Sabemos que el plástico es malo para el ambiente, sabemos que los popotes afectan a la fauna marina de una manera muy cruel, sabemos que todos los residuos que generamos terminarán por mandar al carajo a nuestros biomas y ecosistemas, pero aun así, seguimos contaminando y empoderando a los que devastan los recursos naturales de todos; y lo hacemos, ya no de manera inconsciente, sino cínicamente. Exactamente igual que los marineros de las historias. Sabían que serían devorados, pero aun así acudían al canto de las sirenas para ser exterminados. Las sirenas, esas ingeniosas farsantes y asesinas, siguen hoy en día siendo tan voraces y despiadadas como antaño.
Había una época en la que las cafeterías eran un espacio totalmente diferente al que han construido hoy las sirenas verdes. Se trataba de un espacio que incluso consolidó una verdadera esfera pública. Las cafeterías eran lugares de reunión, lugares donde se planeaban revoluciones. Se bebía en tazas y se sentaban los comensales en mesas redondas, y lo hacían por largos ratos para platicar o intercambiar las ideas que terminarían por cambiar al mundo. La lectura era un hábito común en aquellos antiguos santuarios. Los artistas y filósofos preparaban y comentaban sus obras acompañados de varias tazas de café, y, naturalmente, no había necesidad de consumir las bebidas en envases desechables o con popotes.
Pero saben, hay otra historia, una que podría tener una lectura optimista. Cuando Ulises zarpó de Ilión para volver a su hogar, sabía que pasaría por las aguas donde habitaban las sirenas. Astuto e inteligente como era aquel guerrero griego, urdió un ingenioso plan. Le puso cera en los oídos a todos y cada uno de sus marineros y los puso a remar. Luego, dio la instrucción de que lo ataran con fuerza al mástil de su nave, y de esa manera todos pudieron cruzar a salvo, sin la necesidad de dudar, o caer ante la tentación de las pinches sirenas. Me gusta imaginar que en algún punto, todos abandonaremos el cinismo que nos caracteriza como sujetos tardo-modernos, y recuperaremos las antiguas dinámicas que caracterizaban a las viejas cafeterías, donde el único placer residía en una taza de café y la buena convivencia. El ambiente cómodo y sustentable de una cafetería honesta, con precios justos y buena calidad puede ser una de las iniciativas más necesarias en esta era de consumo desmedido. Esos lugares existen y son auténticos. Esos lugares están más cerca de lo que creemos. Mientras tanto los dejo, iré a El Gran Suspiro por un café, espero verlos pronto por ahí.